Personas inmaduras: ¿niño/a en cuerpo de adulto?
Son muchas las ocasiones en las que en consulta los pacientes se lamentan de tener una pareja, un compañero/a de trabajo o un/a amigo/a inmaduro. Pero ¿sabemos exactamente qué es o a qué se refiere el término?
Hablamos de personas inmaduras cuando tenemos frente a nosotros individuos que no han renunciado a fantasías y deseos que se tienen en la etapa de la infancia.
La queja más frecuente en una pareja cuando se da este caso suele ser el hecho de tener que soportar la escasa regulación de emociones, la necesidad de controlarlo todo y a todos (tienen sus propias ideas sobre el orden y la perfección), la falta de empatía (no saben ponerse en el lugar del otro además piensan que todo lo que hacen es hecho de forma correcta y creen que sólo existe una visión del mundo: la suya (ellos no cometen errores y el culpable siempre es el otro) ), la visceralidad de sus actos (son seres impulsivos, no piensan en las consecuencias de sus acciones ni a corto ni a largo plazo), la necesidad de conseguir sus caprichos, la evitación de situaciones que puedan ser poco agradables o aburridas (en la vida adulta en ocasiones hay que hacer ciertas tareas o actividades aunque resulte un esfuerzo llevarlas a cabo pero esto, no entra dentro de una mente inmadura), la dependencia emocional y afectiva para con las personas, el miedo al compromiso, la necesidad de ser bien aceptados y de recibir aprobación por parte de la sociedad, y el alto nivel de egoísmo y arrogancia (exigiendo en muchos de los casos que los demás tienen que pensar según su perspectiva).
Existe una dificultad en la comunicación con personas con un grado de madurez por debajo de la media y es que, estos individuos tienen una incapacidad para mirarse a sí mismos y analizar y discriminar sus propios errores. Por lo tanto, al no haber una conciencia de los fallos, no hay un aprendizaje de cada cosa que se hace mal. Si no hay reconocimiento, no hay posibilidad de mejora.
Son muy comunes en terapia los relatos sobre conflictos económicos (hemos hablado antes sobre la impulsividad que les caracteriza…). La forma en la que administran sus recursos no es la más óptima y tienden a ser personas que realicen compras y gastos que verdaderamente está fuera de sus posibilidades y no puedan asumir. Cuando posteriormente visualizan el problema de manera clara, no se responsabilizan de buscar la solución ya que la postura única es de víctima pero no es una actitud proactiva en búsqueda de una forma que solucione la problemática en sí.
Todas estas características que voy comentando, pertenecen a la visión y forma de pensar de los niños los cuales, no pueden pensar en términos abstractos debido a la falta de desarrollo de su sistema nervioso central y por lo tanto en esa etapa de vida ellos se dejan llevar por los caprichos y por evitar a toda costa situaciones de aburrimiento.
Es importante destacar que una cosa son los gustos individuales de una persona (por ejemplo jugar a videojuegos, ser fanático de ciertas películas de animación etc.) y otra cosa muy distinta es el nivel de madurez de una persona que no se expresa por supuesto, en los gustos personales. Son otras cosas las que determinan si un individuo se ha quedado estancado en una etapa adolescente pero encerrado en un cuerpo de adulto y con unas responsabilidades y vida de adulto pero con un comportamiento de niño eterno. La edad desde luego, no es lo único ni suficiente para hacernos personas completas y maduras.
Todas estas características citadas en este artículo provocan que la persona inmadura tenga dificultades en las relaciones (problemas de pareja, laborales, con amistades, etc.). Es importante seguir una terapia para abordar cada uno de los puntos y lograr finalmente una visión más orientada a la madurez, la flexibilidad y la objetividad puesto que, en caso contrario, la convivencia en pareja puede ser muy compleja, las relaciones laborales inestables y las amistades difíciles de mantener.
«… el amor inmaduro dice: te amo porque te necesito
el amor maduro dice: te necesito porque te amo…» Erich From
Artículo escrito por: Raquel Sastre Psicóloga.